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Recorre Salta, Jujuy y Tucumán, pisando la tierra que forjó la independencia argentina. Siente el coraje y la pasión de Belgrano, un prócer que dio todo por nuestra patria. ¡Un viaje inolvidable al alma de Argentina!
Vive la epopeya de San Martín. Recorre San Luis, San Juan y Mendoza, donde forjó el Ejército de los Andes. Cruza a Santiago de Chile, reviviendo su gesta libertadora. Siente el coraje que cambió la historia. ¡Un viaje al corazón de la libertad!
Sumérgete en Yapeyú, cuna de San Martín. Explora sus alrededores, donde su espíritu se forjó entre la naturaleza y la historia. Siente la esencia de sus primeros años y cómo ese rincón moldearía al Gran Libertador. ¡Un viaje íntimo al origen de nuestra libertad!
Descubre la historia de Mar del Plata, la ‘Feliz’. Recorre los rincones donde nació esta ciudad balnearia. Siente el encanto de sus primeros veraneantes y cómo un sueño se transformó en ícono turístico. ¡Un viaje al corazón de su origen y esplendor!
Sumérgete en la historia del vino de Cafayate. Visita sus emblemáticas bodegas, testigos de una tradición que desafía alturas. Descubre los secretos de sus cepas únicas y la pasión que transforma la uva en arte. ¡Un viaje sensorial al corazón de sus viñedos!
Explora la majestuosidad del Glaciar Perito Moreno. Desde El Calafate y sus alrededores, siente la fuerza del hielo milenario. Sé testigo de su ruptura, un espectáculo natural que te robará el aliento. ¡Un viaje épico al corazón de la Patagonia!
Sumérgete en la historia de Bariloche, San Martín de los Andes y Villa La Angostura. Descubre el legado de Perito Moreno en estas tierras. Siente la naturaleza imponente y las historias que forjaron el alma de la Patagonia. ¡Un viaje mágico por sus lagos y montañas!
Conecta con la historia jesuita entre fe y naturaleza. Recorre las Cataratas del Iguazú (ambos lados) y las místicas Ruinas de San Ignacio. Siente el legado y la pasión que forjaron estas tierras. ¡Un viaje al alma de la selva y la fe!
Sumérgete en la historia jesuítica de Córdoba. Recorre la Manzana Jesuítica, Patrimonio de la Humanidad, y cinco estancias asombrosas. Siente el legado de esta orden, su arquitectura y su pasión por el saber. ¡Un viaje al corazón colonial de Argentina!
Descubre la historia épica de los galeses en el Sur. Recorre Rawson, Gaiman y Trelew, donde sus sueños echaron raíz. Siente la valentía de pioneros que transformaron la estepa en hogar. ¡Un viaje al corazón de una cultura viva en la Patagonia!
Explora el Fin del Mundo desde Ushuaia. Navega el Canal Beagle, sintiendo la inmensidad austral. Si el clima lo permite, llegamos a la Isla de los Estados, y luego a Puerto Montt, Chile. ¡Un viaje épico por los confines de la tierra, donde la historia y la naturaleza se funden!
La milenaria historia de la cerámica de La Rioja y Catamarca. Explora lugares fantásticos donde las culturas ancestrales dejaron su huella en el barro. Descubre talleres donde la pasión artesanal moldea la tierra, y museos que atesoran piezas de valor incalculable. Siente la conexión profunda entre el arte, el paisaje y la identidad de estas provincias. ¡Un viaje único a la esencia de nuestro patrimonio cultural!
Explora la historia de la primera ciudad de Santa Fe. Recorre Cayastá, donde nació y se forjó nuestra provincia, y Santa Fe Capital, su heredera. Siente el pulso de los primeros pobladores. Descubre Rosario, con su espíritu pujante a orillas del Paraná. ¡Un viaje al corazón de sus orígenes fluviales!
Adéntrate en la historia de la frontera sur argentina. Recorre Tandil, Azul y Olavarría, donde los fortines defendieron la civilización y los salones vieron nacer pueblos. Siente el coraje de sus pioneros y la pasión que forjó estas tierras. ¡Un viaje emocionante al corazón de nuestra identidad!
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Salta, Jujuy y Tucumán no son solo provincias, son cuna de valentía y sueños que moldearon la historia de Argentina.
Este circuito te invita a pisar la misma tierra que sintió el paso firme de Manuel Belgrano, el prócer que entregó su vida por la libertad de su pueblo.
Recorré los caminos que lo vieron planear batallas y alentar a sus hombres, reviví la pasión que impulsó la creación de nuestra bandera y siente el coraje que aún vibra en cada rincón.
No es solo un viaje: es una inmersión en el alma de la patria, un encuentro con la historia que hizo posible la Argentina que conocemos.
Un recorrido inolvidable para conectar con el espíritu indomable de Belgrano y sus tierras.
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Medios de pago: aceptamos tarjetas de crédito y débito, Mercado Pago y transferencia bancaria.
Este viaje es mucho más que un recorrido geográfico: es una inmersión en la historia heroica de José de San Martín, el Libertador que soñó y forjó un continente libre.
Desde las tierras serranas de San Luis y San Juan, donde San Martín moldeó con pasión y estrategia al Ejército de los Andes, hasta Mendoza, punto de partida de la gesta que cambió para siempre el destino de América.
Pero la travesía no termina allí: cruzarás la cordillera para llegar a Santiago de Chile, reviviendo el coraje, el sacrificio y la valentía que sellaron la independencia de varios pueblos.
A lo largo de esta aventura, sentirás el peso de cada decisión, la fuerza del espíritu indomable y el fuego interior de un hombre que entregó todo por la libertad de millones.
Este no es solo un circuito turístico. Es un viaje al corazón mismo de la libertad, una experiencia para sentir en el pecho el latido de una patria que se hizo grande con coraje y convicción.
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En este rincón escondido de la Mesopotamia, entre la tierra colorada y el murmullo del agua, nació no un prócer de bronce, sino un niño llamado José Francisco. Este viaje es una inmersión íntima en los paisajes, aromas y tradiciones que moldearon al Padre de la Patria antes de convertirse en leyenda.
Entre las ruinas de piedra rosada que resisten al tiempo:
Tocará las mismas paredes que protegieron los primeros pasos de San Martín
Descubrirá por qué su familia fue enviada a esta frontera del imperio
Conocerá el olivo histórico que, según la tradición, plantó su padre
En estas aguas doradas:
El pequeño José aprendió a nadar entre los camalotes
Los pescadores locales le enseñaron a leer las corrientes (habilidad que usaría décadas después al cruzar los Andes)
Atardeceres que pintan el agua de oro, igual que en 1778
Explorará:
La Cruz: Donde el pequeño José vio por primera vez el sistema comunitario que inspiraría sus ideas
Santo Tomé: Con su imponente iglesia que dominaba la región
Los talleres artesanales donde se mantienen técnicas que los jesuitas enseñaron
Degustará:
Chipá caliente hecho en horno de barro
Mandioca con miel de abejas silvestres
Pescado de río preparado como lo hacían los guaraníes
✔ 3 noches en alojamiento con encanto histórico
✔ Visitas guiadas por expertos en el período colonial
✔ Entradas a todos los sitios históricos
✔ Experiencias culturales con artistas locales
✔ Transporte para recorrer los escenarios de la infancia sanmartiniana
“Este viaje no muestra monumentos: revela cómo un niño juguetón entre estos árboles y ríos se convirtió en el hombre que cambiaría la historia de América.”
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El Atlántico murmura aquí historias que las guías turísticas no cuentan. Donde hoy hay sombrillas y paletas, antes hubo ovejas y escándalos. Este viaje es para quienes quieren pisar la verdadera Mar del Plata —esa que se esconde tras la fachada de ciudad balnearia—, la que nació entre carretas de cuero y se hizo grande entre risas de veraneantes.
La ciudad que nació dos veces
Primero fue tierra de tehuelches, luego estancia ganadera, hasta que un visionario llamado Patricio Peralta Ramos miró el mar y vio lo que nadie veía: el futuro. En el Museo Municipal de Ciencias Naturales Lorenzo Scaglia, los huesos de megaterios conviven con los vestigios de aquellos primeros veraneantes que llegaban en carreta, cuando bañarse era una aventura y no un ritual.
Los fantasmas de la aristocracia
Cierras los ojos frente al Torreón del Monje y el viento trae ecos de la época en que las señoritas de alto copete paseaban con corsés bajo el sol. En el Bristol Hotel —el primero con agua caliente— las paredes susurran secretos: aquí se planeó la primera temporada social mientras los camareros servían té con pastelitos en porcelana inglesa. Hoy puedes sentarte en el mismo salón donde se decidió el destino turístico de la Argentina.
Cuando el pueblo conquistó el mar
Hubo un tiempo en que la playa Bristol era solo para apellidos ilustres, hasta que llegaron los trenes cargados de obreros en los años ’50. En la Playa Popular, entre fotos en sepia, descubrirás cómo el acceso al mar se convirtió en un derecho. Y en el Museo Archivo Histórico, las actas municipales revelan el pánico de la élite ante las primeras murguas playeras.
Sabores que hicieron historia
En La Pesquera, cantina de 1942 donde los pescadores aún discuten fútbol entre redes, probarás la merluza al disco que alimentó generaciones. En algún patio escondido del Barrio Los Troncos, alguien te ofrecerá un helado de crema hecho con la misma receta que enfriaba los veranos de Evita. Y cuando muerdas una empanada de carne cortada a cuchillo, entenderás por qué los primeros turistas volvían año tras año.
Dormir en páginas de historia
Te alojarás en una de esas casonas convertidas en hoteles boutique, donde los pisos de pinotea crujen como en 1920 y los ventanales enmarcan atardeceres que no han cambiado desde que los inmigrantes italianos los pintaron por primera vez.
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El vino aquí no es bebida: es un acto de rebeldía contra el desierto. A 1,683 metros sobre el nivel del mar, donde el aire es tan fino que hasta las uvas se esfuerzan por respirar, Cafayate escribe su propia epopeya vitivinícola. Este viaje es para quienes creen que el vino se vive, no solo se bebe.
Viñedos que rozan el cielo
Las primeras cepas llegaron en mulas desde Chile en el siglo XIX, pero fue el terruño quien les dio voz. En Bodegas Colomé —la más antigua en funcionamiento— los viñedos suben hasta los 3,111 metros, como si quisieran escapar de la tierra. Aquí el torrontés no es un vino: es un himno líquido que huele a flor de azahar y sabe a desafío.
Pisadas que hacen historia
Caminarás entre las tinajas de barro donde los jesuitas fermentaban el primer vino americano. En alguna bodega centenaria, los pisos de tierra apisonada conservan las huellas de los trabajadores que, siglo tras siglo, pisaron la uva al ritmo de bagualas. Hoy esas mismas canciones acompañan los cosecha tardía.
El secreto está en la altura
Te contarán por qué:
El sol calchaquí quema pero no madura: obliga a las uvas a crear pieles gruesas llenas de carácter
Las noches gélidas ponen a dormir a las vides, concentrando sabores imposibles
El viento Zonda talla las plantas como escultor, dejando solo las más resistentes
Catas que son confesiones
No probarás vinos: escucharás autobiografías. El malbec de altura que narra su lucha contra las heladas. El tannat que susurra sobre su viaje desde el País Vasco. Y el torrontés que, entre copa y copa, te revelará por qué solo aquí alcanza su máxima expresión.
Sabores que abrazan al vino
En algún patio con vista a los viñedos, morderás:
Tamales salteños envueltos en chala, como los que comían los viñateros
Queso de cabra criado entre jarillas, que sabe a monte
Humitas en olla que dialogan con los vinos blancos
Dormir entre barricas
Tu alojamiento será una antigua casona vitivinícola donde las paredes de adobe guardan el aroma añejo de las fermentaciones. Por las noches, cuando el silencio calchaquí envuelva todo, jurarás escuchar el sonido de las uvas madurando bajo la luna.
Este viaje incluye:
Noches en posadas con alma de bodega
Catas verticales que son clases de geografía líquida
Visitas a viñedos extremos donde pocos llegan
Almuerzos maridados entre vides centenarias
Encuentro con viñateros que hablan en lenguaje de raíces
“No viniste a Cafayate: fuiste adoptado por sus viñas. Ahora cada vez que bebas un torrontés, cerrarás los ojos y verás el azul imposible de sus cielos.”
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Hay lugares donde el tiempo se congela. Literalmente. Donde el silencio se quiebra con estruendos cósmicos y el aire huele a hielo recién fracturado. Este viaje no es sobre ver un glaciar: es sobre sentir en las entrañas cómo 250 km² de hielo vivo respiran, gimen y se despliegan en un espectáculo que la Tierra solo regala aquí.
El Perito Moreno no retrocede como los otros. Avanza. Se desgarra. Se reconstruye. Cada día, 30 millones de litros de agua se filtran entre sus grietas, creando una sinfonía de sonidos subterráneos que los glaciólogos llaman “el llanto del glaciar”. En la pasarelas del Parque Nacional Los Glaciares, tendrás asientos de primera fila para este drama geológico donde el protagonista puede desprender edificios de hielo de 70 metros de altura sin previo aviso.
El Brazo Rico del Lago Argentino es un museo flotante:
Glaciar Upsala: Un coloso en retirada que deja icebergs azul eléctrico como cartas de despedida
Glaciar Spegazzini: Donde el frente de hielo alcanza los 135m (el equivalente a un edificio de 45 pisos)
Isla de los Témpanos: Donde las esculturas de hielo giran lentamente antes de disolverse
En el Glaciarium, descubrirás:
Por qué el hielo del Perito Moreno es más azul que el de otros glaciares
Cómo una burbuja de aire atrapada hace 15.000 años puede revelar secretos del clima prehistórico
La razón por la que los tehuelches lo llamaban “Aónikenk” (el que siempre está en movimiento)
Después de cada excursión, El Calafate te espera con:
Asados de cordero patagónico donde la grasa chisporrotea al compás de historias de pioneros
Microcervecerías que usan agua de deshielo glacial
Almacenes históricos que aún venden estriberas y ponchos tejidos con lana de oveja tehuelche
No puedes irte sin:
Comer la baya homónima (dicen que quien lo hace, siempre vuelve)
Tocar un témpano recién desprendido (el hielo más antiguo que tus manos sostendrán)
Escuchar el estruendo de un desprendimiento con los ojos cerrados (sonido puro de la Tierra viva)
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Este viaje sigue las huellas del Perito Francisco Moreno más allá de su famoso glaciar, recorriendo los paisajes que él exploró en sus épicas travesías patagónicas. Aquí, entre bosques de coihues y lagos de origen glaciar, descubrirás la historia menos contada del hombre que dibujó las fronteras de Argentina.
En 1876, Moreno llegó aquí persiguiendo fósiles y se encontró con:
El lago Nahuel Huapi: Su cuenca esculpida por glaciares que retrocedieron hace 10.000 años
Cerro Catedral: Las estrías en sus rocas revelan cómo lenguas de hielo lo pulieron como papel lija
Museo de la Patagonia: Guarda las anotaciones originales donde Moreno describe “un país de lagos azules y montañas dentadas”
Siguiendo las rutas que Moreno recorrió en mula:
Lago Lácar: Sus profundidades esconden valle glaciares sumergidos
Cerro Chapelco: Las morenas laterales son el diario de viaje del hielo en retirada
Pueblo Mapuche Curruhuinca: Donde los relatos orales coinciden con las notas de Moreno sobre el “gran hielo que cubría todo”
Aquí la naturaleza muestra su memoria geológica:
Parque Nacional Los Arrayanes: Los troncos retorcidos crecen sobre depósitos glaciares
Cerro Bayo: Sus laderas muestran el nivel máximo que alcanzó el hielo hace 20.000 años
Brazo Tristeza: Llamado así por los restos de bosques ahogados por el ascenso glaciar
Visitarás:
Puntos geodésicos donde Moreno midió la cordillera con teodolitos del siglo XIX
Antiguos refugios que usó en sus expediciones (hoy convertidos en posadas)
Bibliotecas patagónicas con primeras ediciones de sus mapas
Degustarás:
Ahumados al estilo de los campamentos científicos
Trucha de montaña como las que Moreno pescaba para sobrevivir
Chocolate caliente en las confiterías que heredaron las recetas suizas de los pioneros
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Este viaje sigue los pasos de aquellos curas que, armados con crucifijos y violines, crearon 30 pueblos donde indígenas y europeos fueron iguales por primera vez en América. Un recorrido que atraviesa fronteras y siglos, desde los saltos de agua sagrados hasta las piedras que aún guardan huellas de manos guaraníes.
Lado argentino: Recorrerás la Garganta del Diablo, que los jesuitas llamaron “Salto de Santa María”, donde el vapor de agua crea arcoíris eternos como vitrales naturales.
Lado brasileño: Desde el Parque das Aves, verás el espectáculo que los misioneros describían como “el órgano de tubos más grande de la Creación”.
Entre la piedra color miel:
La plaza central donde 4,000 guaraníes asistían a misa bajo las estrellas
Los tallados secretos que mezclan ángeles barrocos con jaguares y yerbas mate
El sistema acústico que hacía que un susurro en el altar se escuchara en todo el pueblo
Visitarás (según operatividad):
Santa Ana: Con su “escalera al cielo” de 28 peldaños perfectos
Loreto: Donde funcionó la primera imprenta de Sudamérica
Trinidad (Paraguay): La ciudad jesuítica mejor conservada, con su reloj de sol intacto
Probarás:
Chipá hecho en horno de barro como en 1650
Mandioca con miel de abejas nativas
Yerba mate tostada al estilo que enseñaron los curas.
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Donde los muros de adobe guardan secretos de sabios, donde las estancias fueron laboratorios de un sueño revolucionario, y donde cada arco de piedra cuenta una herejía disfrazada de fe
Este viaje atraviesa el corazón del proyecto más audaz de la Compañía de Jesús: un sistema que combinó fe, ciencia y producción en cinco estancias monumentales conectadas por caminos secretos. Una experiencia que revela por qué la UNESCO declaró este circuito “la Silicon Valley del siglo XVII”.
En el centro de Córdoba late el complejo donde se educó a los hijos de caciques junto a futuros mártires:
La Iglesia de la Compañía: Su bóveda sin clavos desafió las leyes de la física colonial
El Colegio Monserrat: Aquí estudiaron 4 presidentes y el Che Guevara
La Universidad más antigua de Argentina: Donde se enseñaba astronomía junto a teología
El secreto mejor guardado: Los túneles que conectaban con el Cabildo (y sus usos “no oficiales”)
Caroya (1616): Fábrica de armas blancas y primer viñedo argentino
Jesús María (1618): Donde nació el “vino jesuita” con uvas traídas de Islas Canarias
Santa Catalina (1622): Su iglesia es una catedral escondida en el campo
Alta Gracia (1643): Reloj solar más preciso de Sudamérica y refugio del Che
La Candelaria (1678): Fortaleza perdida con sistemas hidráulicos que aún funcionan
Descubrirás cómo los jesuitas:
Crearon el primer sistema de riego por compuertas de América
Diseñaron hornos que alcanzaban 1.200°C para fundir metales
Codificaron mensajes en los vitrales de las capillas
Degustarás:
Locro jesuítico (con 14 hierbas secretas)
Vino torrontés hecho con las cepas originales
Dulce de leche en ollas de cobre como las del siglo XVII
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En esta tierra donde el viento borra huellas, los galeses escribieron su epopeya con teteras, pianos y panes de harina negra.
Este viaje sigue el rastro de los 153 colonos que en 1865 cambiaron las lluvias de Gales por el sol implacable de la Patagonia. No vinieron con espadas, sino con Biblias y semillas. No conquistaron, pero transformaron el desierto en un vergel donde hoy el galés se canta como lengua materna.
En Puerto Madryn (antes Porth Madryn), pisarás la playa donde desembarcaron aquellos hombres de levita y mujeres con miriñaque que:
Confundieron los guanacos con “camellos sin joroba”
Plantaron las primeras patatas entre médanos
Bautizaron el río con el nombre galés “Camwy” (sinuoso)
En “Pueblo de Luis” (por Lewis Jones), descubrirás:
La primera casa de ladrillos de la Patagonia (hecha con barro y sangre de buey)
El museo regional donde se guardan las Biblias escritas en galés durante la fiebre del oro
El secreto mejor guardado: Por qué prohibieron el alcohol pero veneraron el té como sacramento
Entre casas de ladrillo rojo y jardines perfectos:
Las casas de té que preservan recetas traídas en baúles (el bara brith con miel patagónica es una revelación)
La primera escuela donde se enseñaba en galés bajo retratos de la Reina Victoria
El túnel bajo el río que usaban para esconder ovejas durante las crecidas
Recorrerás:
Las chacras del siglo XIX que hicieron brotar trigo en el desierto
Las capillas protestantes donde los coros aún cantan en galés los domingos
El dique Florentino Ameghino, obra maestra de ingeniería que domó al Chubut
Probarás:
Torta negra galesa (el mismo alimento que llevaban en las carretas)
Cordero patagónico asado con técnicas de Gales
Cerveza artesanal que reconcilia tradiciones celtas y criollas
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Aquí donde los mapas antiguos terminaban con dragones dibujados, el viento austral escribe su propia epopeya.
Este viaje sigue los pasos de los locos necesarios: los yámanas que navegaban en canoas de corteza, los presidiarios que tallaron sus nombres en las cárceles del sur, y los marinos que desafiaron el Cabo de Hornos. Un recorrido que comienza donde todo termina.
En la ciudad más austral, cada calle cuenta una historia de:
Presidiarios que construyeron todo con sus manos, desde el tren del fin del mundo hasta la catedral
Pioneros que llegaron con sueños de oro y se quedaron por el silencio
Barcos fantasmas como el Monte Cervantes, que naufragó frente a la costa en 1930
Al navegar estas aguas traicioneras, sentirás:
El Faro Les Éclaireurs (el “faro del fin del mundo” que no es el verdadero)
Isla de los Lobos, donde los yámanas cazaban antes de que llegaran los europeos
El eco de los cañonazos de la guerra que casi estalla entre Argentina y Chile en 1978
(Sujeto a condiciones climáticas)
Si los vientos lo permiten, desembarcarás en:
Faro San Juan de Salvamento (el verdadero faro del fin del mundo que inspiró a Julio Verne)
Bahía Crossley, donde los loberos escondían sus pieles de foca
Bosques de guindos cuyos troncos retorcidos parecen esculturas vivas
Al llegar a Chile, descubrirás:
Angelmo, el mercado donde se mezclan tradiciones chilota y alemana
Volcán Osorno, que vigila el lago Llanquihue como un centinela
Las cervecerías donde los colonos alemanes intentaron recrear Baviera
Probarás:
Centolla fueguina recién pescada, con su sabor a mar profundo
Cordero al palo que cocinan los estancieros desde hace 150 años
Kuchen chileno-alemán que endulza las tardes frías
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Este viaje sigue el rastro de dos tradiciones que moldearon el noroeste argentino: las manos que transforman la tierra en belleza y los hombres que forjaron leyendas a lomo de caballo. Un recorrido donde cada capilla es un museo vivo y cada cerro tiene una historia de rebelión.
En los valles donde el arte nace de la tierra roja:
San Fernando del Valle: Visitarás los talleres donde los alfareros diaguitas mantienen técnicas prehispánicas (¡usan huesos de llama para pulir!)
Capilla del Rosario (Tinogasta): Construida con 10.000 adobes pintados a mano, cada uno con símbolos que cuentan el Génesis andino
Fuerte Quemado: Aquí los hornos comunales cuecen piezas igual que en el siglo XVI
Secreto de alfarero: Las vasijas cantoras de Belén emiten sonidos ancestrales cuando el viento las atraviesa.
Ruta de las capillas que fueron fortines:
Capilla de los Negros (Chilecito): Hecha con cerámica traída por esclavos desde Perú
Casa de Facundo Quiroga (San Antonio): Sus paredes guardan marcas de balas federales
Museo del “Chacho” Peñaloza (Olta): Exhibe su poncho con agujeros de lanza
Dato revolucionario: En Anillaco, las tejas de las iglesias tienen grabados mensajes anticentralistas.
Participarás en:
Amasado ritual con arcilla mezclada con ceniza volcánica
Cocción en horno de leña como los que usaban los jesuitas
Pintura con tintes naturales (cóchineal, tierras minerales)
Probarás:
Humita en chala cocida en ollas de barro negro
Cordero al disco con técnicas de las tropas federales
Vino patero pisado en tinajas de cerámica
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El río siempre fue el mismo, pero cada ciudad lo miró con ojos distintos.
Este viaje es una danza fluvial donde el Paraná nos guía a través de tres formas de ser argentino. Tres ciudades que comparten la misma sangre de agua pero escribieron destinos diferentes en sus orillas.
Aquí, bajo las sombras de los lapachos de Plaza de Mayo, aún respiran los debates que dieron forma a la Nación. La costanera no es paseo, sino memoria viva: en sus bares de zinc y madera, los pescadores siguen midiendo el tiempo por las crecidas del río, no por los calendarios.
Los túneles jesuíticos -esa red secreta bajo la ciudad- guardan más que historias de contrabando: son metáforas de cómo Santa Fe siempre tuvo un subsuelo de rebeldía bajo su apariencia señorial.
Cuando el río llega a Rosario, se vuelve espejo de ambiciones. El Monumento a la Bandera no es mármol frío: es el grito congelado de una ciudad que quiso ser puerto, capital y faro.
En el barrio Pichincha, entre fachadas de burdeles convertidos en bares de diseño, el tango “Rosario de Santa Fe” cobra nuevo sentido. Y cuando el sol cae sobre las islas, uno entiende por qué los poetas malditos venían aquí a perder -y encontrar- su inspiración.
El último acto de este viaje ocurre donde el río se vuelve fiesta. Victoria no es solo luces de casino: es el lugar donde los atardeceres tiñen el agua de morado, donde las esculturas de la costanera parecen bailar con las olas.
El edificio del casino -antiguo Hotel de Inmigrantes- guarda una ironía histórica: donde antes se recibía a los desesperados de Europa, hoy la gente juega por placer. Sus paredes art déco han visto tanto drama como cualquier sala de teatro.
En Santa Fe, el surubí a la parrilla que alimentó a constituyentes
En Rosario, la fainá de Pichincha que comían los anarquistas
En Victoria, el asado con cuero que homenajea a los gauchos del río
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Este viaje desentierra la historia cruda de la frontera que separó “civilización y barbarie”. Entre sierras y llanuras, revivirás los días en que los fortines marcaban el fin del mundo conocido y los malones escribían su leyenda en llamas.
En las sierras que fueron refugio y trampa:
El Fuerte Independencia (1823) – sus cimientos aún guardan balas mordidas por el dolor
La Piedra Movediza (que cayó en 1912) – los tehuelches decían que temblaba cuando llegaban los malones
El Museo del Fuerte – donde un quepis de soldado conserva manchas de grasa y sudor
Secreto de guía: En el Cerro Leones, las cuevas guardan pinturas de caciques que nunca se rindieron.
Donde la cultura floreció entre alambradas:
El Teatro Español (1897) – construido sobre un antiguo fortín, su subsuelo aún tiene túneles de escape
La Casa de Ronco – biblioteca con libros salvados de estancias incendiadas
El Paraje San Jacinto – último lugar donde se registró un malón (1876)
Dato que estremece: Las piedras blancas en el campo marcan donde cayeron los soldados.
Aquí la frontera era una herida abierta:
Fortín El Perdido (1855) – sus paredes de adobe muestran impactos de lanza
Sierras Bayas – donde las piedras para molinos se extraían de antiguos refugios ranqueles
Museo de las Ciencias – con el esqueleto de un soldado junto a su fusil Martini-Henry
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Este viaje sigue el rastro de los hombres que transformaron batallas en artículos, y fusiles en plumas. Donde cada pueblo ribereño es un libro abierto que huele a papel viejo y pactos secretos.
En estas barrancas coloradas:
El árbol donde Urquiza ató su caballo mientras negociaba con los unitarios
La pulpería que sirvió de cuartel improvisado, con marcas de metralla en sus paredes
El muelle fantasmal por donde salieron las cartas que cambiarían todo
“Fíjense en las baldosas”, dice el guía. “Están gastadas de tanto ir y venir de botas militares que se volvieron zapatos de legislador.”
El Acuerdo que aquí se firmó no fue un papel:
La capilla del Señor del Acuerdo guarda la mesa original, con tinteros que se niegan a secarse
El banco de la plaza donde Mitre y Urquiza fumaron juntos en silencio
Las ventanas altas del colegio donde espiaban los curiosos
En el mercado, todavía venden el “pan del pacto”: hogazas redondas como ruedas de historia.
Desde la costa nicoleña verás:
La curva donde el Paraná se vuelve espejo de discursos
Las islas que fueron refugio de perseguidos políticos
El atardecer exacto que vieron los constituyentes al terminar sus jornadas
Degustarás:
El asado “Pacto Federal” (costillar cortado en partes iguales)
Vino “Artículo 14” de la bodega donde descansaban los diputados
Postre “Buenos Aires” vs. “Provincias”: dos versiones del mismo flan
“No viniste a ver monumentos: viniste a pararte donde la Argentina dejó de ser un campo de batalla para convertirse en un proyecto.”
Dato revelador:
El Acuerdo de San Nicolás se firmó un 31 de mayo… pero casi nadie recuerda que llovió tanto ese día, que tuvieron que secar las actas con el calor de las velas.
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Esta no es una ciudad: es el sueño racionalista de Dardo Rocha convertido en mármol, ladrillo y sombras perfectas. Un experimento urbano donde hasta la última baldosa fue pensada para educar, civilizar y sorprender.
La manzana que no es cuadrada: El único lugar del país donde las esquinas miden exactamente 90 grados
Las diagonales que son brújulas: Diseñadas para que el viento barra las epidemias
El árbol que plantó Sarmiento: Un gomero que sobrevivió a 14 intendentes
“Miren el suelo”, dice el guía. “Estas baldosas rojas marcan dónde pasaba el tranvía a caballo que Rocha prohibió después de verlo ensuciar sus calles perfectas.”
Las torres que miden el cielo: Con relojes que nunca coinciden a propósito
La cripta del fundador: Donde Dardo Rocha descansa bajo 7 metros de mármol… mirando hacia Buenos Aires
El ascensor secreto: Que sube a una terraza prohibida con vista a las 7 plazas
La Casa de Gobierno platense guarda:
El salón sin ventanas donde se firmó la primera ley de educación laica
Las escaleras que no llevan a ningún lugar (construidas para equilibrar fuerzas)
El fantasma del arquitecto que se aparece revisando planos
En la confitería más antigua:
Medialunas rellenas con receta de 1884
Chocolate “Dardo Rocha”: Tan amargo como sus detractores decían que era él
El licor de cereales que tomaban los masones fundadores
“No viniste a ver una ciudad: viniste a caminar dentro de la mente de un hombre que creyó que el progreso se podía dibujar con escuadra.”
Dato cruel:
La Plata tenía más libros por habitante que cualquier ciudad del mundo en 1900… hasta que los estudiantes los quemaron durante una protesta.
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Este viaje desarma el mito del Uruguay tranquilo para mostrar el país vibrante que late bajo la superficie. Donde cada ciudad es un capítulo distinto de una novela que mezcla salitre, intrigas políticas y noches de tango robado a Buenos Aires.
Entre sus adoquines que brillan como monedas antiguas:
Callejones que fueron rutas de escape para esclavos libertos
Murallas con marcas de balas que nadie quiere borrar
El secreto mejor guardado: por qué todas las casas portuguesas miran hacia el río
Aquí hasta el silencio tiene acento lusitano.
La capital que esconde:
Mercados donde todavía se negocia como en 1900
Sinagogas escondidas tras fachadas de bancos
El café donde los tupamaros planeaban revoluciones entre sorbos de medio y medio
De noche, la Rambla se convierte en el espejo de una ciudad que baila sola.
Detrás de los yates y los champagnes:
Playas que fueron campos de batalla naval
Casas modernistas construidas sobre búnkeres de la Guerra Fría
El bar donde García Márquez perdió el manuscrito de una novela
Donde el jet set juega al escondite con la historia.
“No es un viaje: es descubrir que Uruguay nunca fue el país tranquilo que dice ser. Es una tierra de conspiradores elegantes, donde hasta la brisa marina susurra secretos.”
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Colonia no es una ciudad, es un suspiro portugués atrapado en tierra uruguaya. Este viaje cruza el Río de la Plata para seguir el rastro de los navegantes lusitanos que creyeron domar estas aguas. Un lugar donde cada callejón esconde un secreto de contrabando, y cada faro cuenta historias de amores prohibidos entre conquistadores y charrúas.
Entre sus piedras se lee:
La Puerta de la Ciudadela: Marcada con impactos de cañón español
El Faro: Construido sobre las ruinas del convento que iluminaba barcos piratas
La Calle de los Suspiros: No por romance, sino por los presos que arrastraban cadenas
“Fíjense en los adoquines”, dice el guía. “Los portugueses los pusieron en diagonal para que los caballos españoles resbalaran.”
En algún patio escondido probarás:
El “Bacalao de Colonia”: Más dulce que el de Lisboa, con pasas de uva criolla
Queso con membrillo servido en platos que imitan los azulejos de Oporto
Vino tannat que los portugueses abandonaron… ¡y los uruguayos hicieron famoso!
Desde el muelle viejo verás:
Las boyas que marcan donde naufragó la flota de Cevallos
Los cormoranes que anidan en los cañones oxidados
El momento exacto en que el sol pone dorado el Río de la Plata, igual que en 1680
“No viniste a ver ruinas: viniste a pisar el único lugar donde Portugal y España firmaron la paz… mientras seguían pegándose bajo la mesa.”
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El Río de la Plata no es agua: es un espejo negro donde Buenos Aires se refleja torcida, borracha de luces y nostalgia.
Este viaje no tocará tierra. Seremos espectadores flotantes de una ciudad que se construyó de espaldas al río que la hizo nacer. Desde la cubierta del barco, con una copa de vino en mano, descubriremos la verdadera personalidad de una capital que sólo se revela cuando se la mira desde donde llegaron los barcos que la parieron.
El barco zarpa silenciosamente, alejándonos del muelle como un ladrón en la noche. A estribor:
Puerto Madero se desnuda, mostrando cómo convirtió sus docks abandonados en collares de diamantes artificiales
La Boca parpadea con sus farolitos tambaleantes, negándose a ser un decorado turístico
El centro levanta sus torres como dedos acusadores hacia el cielo contaminado de luz
“Miren hacia abajo”, dice el capitán. “El agua está llena de pedazos de historia: ladrillos de la aduana Taylor, clavos de los barcos esclavistas, botellas que los poetas tiraron al agua como mensajes.”
Con prismáticos nocturnos prestados:
El espectro del Hotel de Inmigrantes, que alguna vez albergó sueños a granel
Las sombras de los veleros de guerra que patrullaban durante la fiebre amarilla
El resplandor de la Usina del Arte, antigua fábrica que ahora produce cultura en lugar de electricidad
Un camarero pasa con empanadas calientes. “Son de vigilia”, aclara. “Como las que comían los marineros cuando el río se ponía bravo.”
Al girar frente a Costanera Sur, ocurre el milagro:
Los edificios se derriten y bailan en el agua negra
Las luces de los autos se convierten en gusanos de neón
El monumento a España parece flotar sobre nada, como un barco fantasma
Alguien pone un tango en el altavoz. No hace falta decir nada. Todos entendemos por qué Gardel cantaba con los ojos cerrados.
“No es un paseo: es una confesión. La ciudad cuenta sus secretos sólo cuando sabe que no podemos bajarnos para contarlos.”
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Esta isla -un pedazo de tierra más testarudo que cualquier nación- ha sido prisión de presidentes, campo de batalla entre españoles y portugueses, y refugio de artistas perseguidos. Hoy, entre sus calles adoquinadas y edificios que son cicatrices, el Río de la Plata cuenta sus secretos mejor guardados.
El árbol que vio todo: Un ombú centenario donde Yrigoyen firmó documentos bajo su sombra
La cárcel que encerró a Perón (brevemente) en 1945: sus paredes aún tienen grabados de presos
El faro que guió a los barcos de Sarmiento, quien quiso convertirla en faro educativo
El nombre engañoso: No honra al marinero García, sino que es un error de cartografía del siglo XVI.
El cementerio con tumbas alemanas: De marinos del Graf Spee hundido cerca.
La cancha de fútbol más antigua de Argentina: Data de 1920, cuando la isla era territorio federal.
El restaurante “El Almacén” sirve pescado de río con limones de sus propios árboles
Dulce de membrillo artesanal hecho con frutas que crecen entre ruinas históricas
“No es una excursión: es viajar al corazón geopolítico del río, donde cada muelle tiene más historias que muchos libros de texto.”
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Aquí, entre montañas que cortan el aliento y cielos tan azules que duelen, el vino no es bebida: es la sangre de la tierra.
Este viaje sigue el rastro de las uvas que aprendieron a cantar en altura, de las cepas que desafían al desierto, y de las manos que convierten el sol en elixir. Cinco días para perderse (y encontrarse) entre viñedos que son jardines secretos, bodegas que son catedrales del tiempo, y sabores que huelen a revolución.
Las mañanas comienzan con el rocío aún brillando sobre las hojas. Los viñedos no son filas ordenadas: son poemas escritos en espalderas. Cada cepa tiene su historia: las malbec que llegaron de Francia como aristócratas exiliadas, las bonardas rebeldes que los inmigrantes escondieron como tesoro, las torrontés que cantan con acento criollo.
El recorrido entre las bodegas es un viaje sensorial:
El sonido de los tanques de acero murmurando sus fermentaciones
El olor a madera nueva y barrica añeja luchando en el aire
El tacto de la tierra entre los dedos, tibia y generosa
No son simples construcciones: son altares donde la alquimia sucede. Algunas bodegas duermen en antiguos cascos de adobe que vieron pasar siglos. Otras se espejan en arquitecturas audaces que desafían la gravedad. Todas comparten el mismo ritual: la paciencia sagrada del vino que descansa.
En las cavas subterráneas, el silencio tiene sabor. Las botellas reposan como monjes en clausura, esperando su momento de gloria. Aquí aprendés que el verdadero vino no se hace, se espera.
San Juan guarda el secreto mejor guardado: cómo la tierra más árida produce los vinos más intensos. Entre cerros color óxido, los viñedos son milagros de perseverancia. El sol no quema aquí: acaricia con garras. Las uvas, sabiéndose hijas del rigor, concentran toda su pasión en la piel.
Los vinos blancos huelen a flor de azahar y desafío. Los tintos, a boxeador que promete pelea larga. Cada copa es un parte meteorológico de su añada: el año que llovió, el año que el Zonda cantó demasiado fuerte, el año perfecto.
Cuando el sol se esconde detrás de los Andes, las bodegas se visten de gala. Las degustaciones nocturnas tienen sabor a complicidad:
El primer sorbo que siempre sorprende
El segundo que ya es viejo amigo
El tercero que cuenta secretos
Las cenas maridadas son óperas en cinco actos donde cada plato -empanadas de horno de barro, chivito a las brasas, dulce de higos- encuentra su pareja perfecta en el vino que estaba predestinado a acompañarlo.
✔ Alojamiento en hoteles boutique entre viñedos
✔ Visitas a bodegas seleccionadas según la magia del momento
✔ Catas verticales y horizontales que son clases de geografía líquida
✔ Comidas diseñadas por chefs maridadores
✔ Traslados con chófer conocedor (para que todos puedan brindar)
“No viniste a beber: viniste a escuchar lo que la tierra quiso decirnos a través del vino. A aprender que los mejores caldos, como las mejores historias, necesitan tiempo y conflicto para alcanzar grandeza.”
Dato esencial: En estas tierras, hasta el polvo es importante. El “terroir” no es palabra francesa: es el alma del viñedo, esa mezcla de suelo, clima y testarudez que no se puede replicar.
“Traer ropa cómoda, paciencia de enólogo y apetito de cosechador. El vino aquí no se prueba: se vive.”
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Este viaje es un diálogo entre dos Epecuén: el pueblo turístico que fue sepultado bajo las aguas en 1985, y el complejo termal que renació de sus cenizas, como un fénix de cristales salinos. Una experiencia donde el cuerpo se sumerge en aguas milagrosas mientras los ojos exploran un paisaje postapocalíptico único en el mundo.
Caminar por Epecuén es como pasear por una foto antigua que cobró vida en tres dimensiones. Los árboles petrificados, con sus ramas blancas como huesos, señalan hacia donde estuvo la avenida principal. Las paredes descarnadas del hotel Municipal -que resistió como un boxeador groggy- muestran marcas de hasta 10 metros de altura: el nivel máximo que alcanzó el agua.
En la plaza, el monumento a los caídos en Malvinas emerge de la tierra como un mensaje cifrado: la guerra terminó, pero esta batalla contra el agua continuó 3 años más. Los carteles oxidados de “Se alquilan bicicletas” o “Helados artesanales” son epitafios de una vida que se fue en una noche de noviembre.
Mientras el pueblo se ahogaba, las aguas termales -las mismas que lo hicieron famoso- preparaban su revancha. Hoy, el complejo nuevo es un oasis de piletas espejadas donde:
La salinidad es 10 veces mayor que el mar Muerto
Los chorros hidromasajes usan la misma presión que rompió diques
Los baños de barro se preparan con arcillas que el lago regurgitó
El contraste no podría ser más dramático: mientras te sumergís en piscinas de 38°, a solo 800 metros, las bañeras oxidadas del viejo balneario yacen semienterradas como sarcófagos metálicos.
Dormir aquí tiene un sabor especial. Las habitaciones del complejo tienen ventanas que enmarcan el pueblo hundido. Con las luces apagadas, bajo un manto de estrellas, las ruinas parecen brillar con luz propia -la sal ha convertido cada pared en un espejo lunar-.
El momento mágico llega al amanecer: cuando los primeros rayos atraviesan los esqueletos de cemento y se reflejan en las piletas termales, creando la ilusión de que el viejo Epecuén se está reconstruyendo bajo el agua.
✔ Alojamiento en habitación premium con vista al pueblo sumergido
✔ Acceso ilimitado a 7 piletas termales de distintas concentraciones
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Este viaje desentierra la tradición charcutera argentina, esa alquimia de carne, humo y paciencia que transformó las recetas europeas en patrimonio nacional. Un recorrido donde cada tajada cuenta una historia de adaptación, ingenio y pasión por los sabores bien criollos.
Traspasarás puertas que guardan siglos de savoir-faire:
El ritual del salame Colonia: mezcla sagrada de carne magra, grasa “en flor” y ají molido en piedra
Las bodegas de añejamiento donde los quesos duermen sobre tablas de quebracho
Los secretos mejor guardados: por qué algunos salames descansan envueltos en tela de algodón
Detalle que sorprende: En Mercedes aún usan moldes de madera de 1890 para dar forma al queso Tafí.
Aprenderás:
Cómo reconocer un salame de campo auténtico por el sonido al tacto
Por qué el queso de Chivilcoy tiene ese punto picante que conquistó a Borges
El significado de las marcas a fuego en los quesos añejos
El broche de oro en un local donde:
Las botellas polvorientas llevan décadas en el mismo estante
El mostrador conserva las muescas de mil cuchillos
El ambiente transpira esas charlas de comadres que dieron origen al trueque
Probarás:
Tabla histórica: salame “a cuchillo” con queso de campo en su punto justo
Pan casero horneado en horno de barro (como el que usaban para probar los primeros embutidos)
Vino patero en vasija de barro – el mismo que acompañaba las meriendas de los peones
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Un viaje para desacelerar el alma y reconectar con los ritmos ancestrales de la llanura. Donde las únicas noticias importantes son el color del atardecer y el aroma a pan recién horneado que escapa de la cocina de la estancia.
El primer mate llega humeante, amargo como las historias de los abuelos gauchos, dulce como la leche recién ordeñada. Las galletas de campo -todavía tibias- crujen bajo los dedos mientras los perros guardianes se acomodan a tus pies, expertos en distinguir forasteros de amigos.
Los caballos -no máquinas, sino compañeros de siglos- esperan ya ensillados. No hay prisa: el paseo sigue el compás de sus orejas que giran hacia los sonidos invisibles de la llanura. El guía señala sin hablar: un ñandú que escapa, la sombra de un chimango sobre el pasto, el lugar exacto donde la última tormenta dejó su firma en la tierra.
Bajo la galería, la mesa se viste de simpleza gloriosa: pan casero con mermelada de membrillo que atrapa el sol de la mañana, quesos que huelen a hierbas del campo, tortas fritas que desaparecen en un suspiro. El termo pasa de mano en mano mientras las sillas de mimbre cuentan, con sus crujidos, cuántas generaciones han repetido este ritual.
El fogón crepita como un viejo narrador. Las chispas suben hacia las estrellas mientras el asador -sacerdote de este rito- mueve las brasas con varilla de hierro. El olor a carne con cuero se mezcla con el perfume de la tierra mojada.
Luego, cuando el vino ha ablandado los recuerdos, aparecen las guitarras. No son músicos contratados: es el capataz que sabe tres acordes verdaderos, la cocinera con voz de zamba escondida, el joven que toca como si llevara cien años practicando bajo este mismo cielo.
La mañana siguiente huele a leña quemada y a esperanza. El último desayuno -huevos dorados en manteca, tostadas con dulce de leche que se aferra al cuchillo- sabe diferente. Quizás porque ahora reconocés el camino que hizo la leche desde la vaca hasta tu taza, o porque los nombres de los caballos ya no son sonidos extraños.
Las maletas se cierran más lentamente de lo habitual. Mientras el auto se aleja, una última imagen se graba a fuego: el perro de la estancia corriendo junto al alambrado, como si su misión fuera recordarte que este pedazo de mundo seguirá aquí, esperando tu regreso.
Esta Experiencia Incluye:
La compañía silenciosa y sabia de animales de campo
El lujo de lo auténtico: comidas que alimentan el alma
La música que nace espontánea alrededor del fuego
El derecho a perder la noción del tiempo
La certeza de que, por dos días, fuiste parte del latido profundo de la pampa
“Viniste como turista. Te vas con tierra en los zapatos y un pedazo de estancia prendido en el alma.”
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Este no es un recorrido, es una milonga ambulante que late al compás de 2×4. Una cantante profesional —con la voz curtida en los escenarios de Boedo y el alma tatuada de letras— será tu guía por los rincones donde el tango dejó de ser música para convertirse en biografía porteña.
Mientras suena “Sur” en vivo:
Caminito: Donde los corralones compadres inventaron el lunfardo
Vuelta de Rocha: El antiguo puerto donde las prostitutas cantaban a los marinos
Casa de Juan de Dios Filiberto: Donde el piano aún guarda las huellas de “Caminito”
Tu cantante entonará un fragmento de “Mi Buenos Aires querido” frente al conventillo donde Gardel pasó su infancia.
Con “Tinta roja” de fondo:
Plaza Dorrego: Donde los compadritos bailaban entre duelos criollos
Casa de Aníbal Troilo: Su ventana sigue abierta para que salga el bandoneón
Pasaje San Lorenzo: El callejón que inspiró “Malena”
Parada en el Bar Sur para un espresso cantado (tu artista interpretará “Cafetín de Buenos Aires” junto a tu mesa).
Mientras resuena “Balada para un loco”:
Teatro Nacional: Donde Piazzolla fue silbado (y cambió el tango para siempre)
Confitería La Ideal: El salón donde los tangueros pactaban duelos
Edificio Guarany: Sus cariátides son las musas del 2×4
Interpretación a capela de “Uno” en el ascensor de los hermanos Fresedo (el mismo que usaban para llegar a sus departamentos de solteros).
Con “El último café” como banda sonora:
Calle Jean Jaurés: Donde los burdeles educaron el oído de los compositores
Mercado del Abasto: Su techo de zinc vibraba con las orquestas
Casa de Homero Manzi: Donde se escribió “Barrio de tango” entre tragos
Cierre con tu cantante interpretando “Volver” en la esquina donde Carlos Gardel murió dos veces (una en Medellín, otra en el alma porteña).
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Cuando cae el sol, una Buenos Aires secreta despierta entre mesas de mármol, paredes con memorias y pisos que crujen historias. Este paseo es un viaje al corazón palpitante de la noche porteña, donde cada bar notable guarda un capítulo fundamental de nuestra identidad.
(Itinerario variable según la noche, siempre incluyendo 4 íconos fundamentales)
Café Tortoni (1858) – Bajo sus bóvedas de yeso:
El fantasma de Gardel que aún elige su mesa favorita
La bóveda acorazada donde los anarquistas escondían documentos
El sótano donde Borges y Quinquela Martín discutían hasta el amanecer
Bar La Poesía (1982) – Santuario de versos y revolución:
La mesa donde Joaquín Sabina escribió “Contigo” en una servilleta
El rincón donde los montoneros planeaban entre copas de grapa
Las paredes tatuadas con versos de Gelman y Urondo
Confitería La Ideal (1912) – El salón de los espejos mentirosos:
Donde los tangueros pactaban duelos a milonga limpia
El palco secreto desde donde se filmó la primera película argentina
Los pisos de roble de Eslavonia que crujen igual que en 1920
Bar El Federal (1864) – La pulpería que sobrevivió a todo:
La barra original de caoba donde Sarmiento pidió su último vermut
Las marcas de bala de la Revolución del 90
El sótano donde se falsificaban documentos durante la última dictadura
Cómo reconocer un “bar notable” por el ángulo de su barra
El significado de los 3 golpes al pedir un cortado (código anarquista)
Por qué las mesas de mármol tienen exactamente 90 cm de alto
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Cuando el sol se esconde, Buenos Aires revela su verdadero rostro: una constelación de cúpulas que brillan como coronas sobre la ciudad. Este paseo nocturno te llevará a descubrir las más imponentes estructuras que desafían el tiempo, cada una con su drama arquitectónico, sus ambiciones frustradas y sus secretos bien guardados.
Nuestra ruta —siempre cambiante como la luna— se tejerá entre estas joyas de la arquitectura:
El Palacio Barolo despliega su faro ritual hacia el Congreso, un mensaje en clave para iniciados donde cada metro cuenta un verso de Dante. Su cúpula, una flor dorada que nunca fue explicada del todo, sigue esperando que alguien descifre su último secreto.
El Kavanagh, erguido como un dedo acusador hacia el cielo, guarda en su punta la historia de amor convertida en venganza. Sus ventanas —dispuestas en un patrón que solo se revela de noche— forman un código que los vecinos de Plaza San Martín miran sin ver.
Las Galerías Pacífico esconden bajo su majestuosa cúpula los frescos que varios artistas firmaron con nombres falsos, temiendo represalias políticas. Su ojo que todo lo ve sigue vigilando a los peatones que pasean por Florida sin sospechar que caminan bajo un símbolo masónico.
La Confitería El Molino, con sus aspas congeladas en el tiempo, conserva en su cúpula de cristal y hierro el último suspiro de la Belle Époque porteña. Sus vitrales —iluminados desde dentro como faros— cuentan una historia distinta cuando los miras desde el otro lado de la avenida.
El Edificio Safico, con su proa de cemento apuntando hacia el río, parece un transatlántico varado en pleno Microcentro. De noche, los reflejos en sus vidrios hacen que la cúpula parezca flotar sobre la ciudad, como si en cualquier momento zarpara hacia el Río de la Plata.
Cómo reconocer una cúpula masónica por el número de sus ventanas
El significado de los colores de iluminación en cada edificio
Por qué algunas cúpulas tienen faros que nunca se usaron
Las marcas de cantero que delatan a los artesanos anarquistas
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Este recorrido desentraña la ciudad paralela que pocos ven: la Buenos Aires de sociedades secretas, donde las logias diseñaron campañas militares en salones iluminados por tres velas, y donde los símbolos hablan en código desde las fachadas.
Su verdadero significado: No es un obelisco, sino un obelisco masónico con proporciones sagradas
El secreto de sus caras: Cada una mira a un punto cardinal relacionado con virtudes iniciáticas
Lo que nunca ves: Las marcas de cantero en su base (firmas de artesanos francmasones)
Las ventanas tramposas: Por qué tiene una cantidad impar (y qué tiene que ver con la numerología)
El salón secreto: Donde se reunían los patriotas de la Logia Lautaro (¡el lugar exacto donde se planeó el 25 de Mayo!)
El detalle revelador: Los escalones diseñados para que el ruido delatará intrusos
Túneles que no eran para contrabando: La red subterránea que conectaba logias (y por qué tienen forma de escuadra)
La Iglesia de San Ignacio: Su fachada es un libro de símbolos alquímicos (busca la piedra cúbica perfecta)
Colegio Nacional de Buenos Aires: Antiguo cuartel de los jesuitas, luego “templo del saber” masónico
Monumento al Libertador: Diseñado por un masón francés, con 23 grados de inclinación (nada es casual)
La Torre de los Ingleses: Su reloj marca horas rituales, no civiles
Edificio Kavanagh: El rascacielos con forma de altar iniciático
100 metros de altura: 1 por cada canto de la Divina Comedia
Faros que nunca guiaron barcos: Su luz forma un triángulo perfecto con otras dos construcciones
La cúpula prohibida: Sólo los iniciados saben qué representa su flor dorada
Por qué las rejas de las ventanas del Museo Mitre forman letras hebreas
Qué significan los 3 golpes al entrar al Teatro Colón
Dónde está escondido el ojo que todo lo ve en la Aduana Taylor
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Donde los palmares susurran batallas y los corredores del palacio aún guardan ecos de conspiraciones.
Este viaje desentraña al hombre que fue tanto un señor feudal como un estadista visionario. Un recorrido por la geografía personal de Urquiza, donde cada posta, cada árbol plantado y cada baldosa italiana cuenta un capítulo fundacional.
Entre las palmeras yatay más altas del planeta:
La Estancia Santa Cándida, donde Urquiza experimentó con los primeros alambrados del país
El Puerto Privado por donde salían toneladas de cueros hacia Europa
Los Corrales de Piedra que demostraban su poderío ganadero
Dato que estremece: Cada palmar que ves fue testigo de las cabalgatas de Urquiza con sus 300 montoneros personales.
En la ciudad que desafió a Buenos Aires:
El Colegio Nacional (primero laico del país) donde estudiaron 7 presidentes
La Basílica Inmaculada Concepción con su cúpula que imita el Panteón de Roma
El Puerto Histórico por donde entraban pianos de cola y mármoles italianos
Secreto local: En el Teatro 3 de Febrero, Urquiza tenía un palco con salida secreta por si los unitarios intentaban algo.
Más que un palacio, una declaración de principios en mármol:
El Patio del Parral donde se servían 80 platos distintos en cenas políticas
La Galería de los Espejos que reflejaba el poder (y las conspiraciones)
El Reloj Detenido a las 2:50, hora exacta de su asesinato
Detalle magistral: Los frescos del techo muestran a Urquiza como héroe griego… pintados por un artista que nunca lo conoció.
Probarás:
El asado con cuero original entrerriano
Aguas termales-cocidas, técnica que inventaron sus chefs
Dulce de leche en vasija como el que enviaba a Rosas antes de Caseros
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Donde el Paraná no es solo agua, sino testigo de la batalla donde Argentina decidió ser Argentina.
Este viaje sigue las huellas de los caudillos, federales y unitarios que se jugaron el todo por el todo en las barrancas del río. Un recorrido que mezcla historia viva, paisajes que no cambiaron desde 1845 y un espíritu federal que aún late en las pulperías.
En estas barrancas coloradas:
Las cadenas originales cruzan el camino como un fantasma de hierro
El monumento a los caídos guarda restos de metralla inglesa
El río baja igual que aquel 20 de noviembre, cuando 2.200 patriotas frenaron a la flota más poderosa del mundo
Secreto de guía: Las balas de cañón encontradas en el lugar tienen muescas hechas con cuchillo… ¿mensajes para los ingleses?
En la Capilla del Señor del Acuerdo:
Verás la mesa donde Urquiza y los gobernadores firmaron el acuerdo que terminaría con Rosas
El Museo Biblioteca de la Batalla de Pavón guarda uniformes manchados con sangre y vino
En el Teatro Municipal, los ecos de los debates federales aún resuenan
Entre galerías subterráneas y viejos almacenes:
La Casa de Fierro, cuartel improvisado de Mansilla
El Puerto Escondido, usado para esquivar el bloqueo anglofrancés
La Pulpería La Federal, donde se servía “ginebra patriota” (mezcla de caña y hierbas)
Probarás:
Asado con cuero como el que comían las tropas
Mazamorra negra (hecha con sangre de res y maíz)
Galletas de campaña horneadas igual que para los soldados
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Chascomús no se visita, se siente. En su mística laguna habita el eco de antiguas culturas, de luchas silenciosas y de un pueblo que guarda su historia con el corazón abierto.
En este recorrido vas a conocer el Museo Regional, el Sitio Histórico, y ese rincón único que estremece: el Museo de los Negros, donde el legado africano resiste, emociona y abraza. Cada sala, cada objeto, cada historia compartida es una chispa de verdad que te conecta con lo más profundo de nuestra identidad.
Este día es una invitación a mirar con otros ojos, a honrar lo que fuimos para entender mejor lo que somos.
Una jornada gratuita, pero invaluable. Porque hay memorias que no tienen precio.
👉 ¿Querés vivir una experiencia que conmueve y transforma? Escribinos y reservá tu lugar. El viaje ya comenzó.
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Buenos Aires no nació de un día para otro. Fue construida con coraje, fuego en el alma y manos decididas que levantaron muros, templos y sueños entre pantanos y promesas.
En este recorrido, vas a caminar por los pasos exactos donde todo comenzó: la Plaza de Mayo, el Cabildo, las iglesias que aún susurran oraciones de otra época. Cada rincón guarda la voz de quienes creyeron en una ciudad posible, libre, y profundamente viva.
Sentí la fuerza de los primeros porteños, la mezcla de culturas, la tensión entre lo viejo y lo nuevo, entre la colonia y la libertad que empezaba a gestarse.
Este paseo no es solo para ver edificios: es para escuchar el latido fundacional de Buenos Aires. Y dejar que te atraviese.
👉 ¿Querés caminar por donde nació la historia? Escribinos y te ayudamos a reservar tu lugar en esta experiencia única.
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Te invitamos a internarte en las místicas islas del Tigre, ese laberinto natural donde el agua escribe su propia historia. Cada ribera, cada muelle, cada casa elevada sobre pilotes es testigo de un pasado que se resiste al olvido.
En este viaje, vas a recorrer canales que fueron refugio, camino y trinchera. Vas a revivir la historia de la Reconquista, cuando un pueblo entero se levantó con dignidad y coraje para defender su tierra. En sus museos, en sus relatos, en el silencio del delta, sentirás el pulso de quienes forjaron este rincón con manos curtidas y sueños enormes.
Este no es solo un paseo entre aguas tranquilas: es una travesía por el alma de un pueblo que nunca se rindió.
Vas a volver distinto. Más conectado. Más argentino.
👉 ¿Querés ser parte de esta experiencia que toca el alma? Escribinos y te ayudamos a reservar tu lugar.
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Detrás de cada calle adoquinada, de cada fachada antigua de Buenos Aires, hay un susurro del pasado esperando ser escuchado.
Este recorrido te invita a caminar por los barrios que vieron llegar a miles de almas valientes —italianos, españoles, polacos, franceses y tantos otros— que lo dejaron todo por un sueño: forjar una nueva vida en estas tierras.
Te llevamos por los rincones donde nació la identidad argentina, en medio del bullicio de conventillos, el aroma del pan casero, las banderas mezcladas en patios compartidos y el eco de idiomas que se entrelazaron para dar forma a una nación única.
Descubrí cómo esos inmigrantes construyeron con esfuerzo y esperanza el corazón de la Argentina. Sentí sus historias. Mirá con sus ojos. Caminá por donde empezó el alma del país.
Este no es solo un tour histórico. Es una experiencia emocional. Una puerta al pasado que todavía late en las veredas porteñas.
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